Por: Juan Camilo Villa
A comienzos de los años sesenta, la influencia de la música afrolatina que se creaba en Nueva York y Cuba, comenzó a expandirse como un virus a diferentes latitudes, incluso a
lugares poco comunes. Martinica, un nombre que tal vez no nos suene mucho, es una pequeña isla ubicada en el Caribe, que forma parte de las Antillas Menores, hace parte de
la República Francesa y que históricamente, tuvo ascendencia cultural europea, africana e indígena.
Para esa época, los bailaderos de moda en Martinica eran chozas de paja y el éxito de las orquestas era directamente proporcional a la cantidad de gente que bailara a su ritmo.
Calypso, Beguine y Compas Direct eran los estilos musicales que mandaban la parada en la isla.
Una de las orquestas que entró en la onda de tocar en estos bailaderos fue la Orquesta JCT, nacida en el distrito de La Trinité y de la cual era miembro el protagonista de esta
historia, el señor Daniel-Maurice Ravaud, trompetista.
Tuvieron un éxito temprano pero relativamente corto. Su destino fue la desintegración de la misma. Pero no todo podía acabar ahí. Algunos miembros de la extinta orquesta se juntan y
forman una nueva, llamada “L’Ensemble Abricot” donde Daniel Ravaud fungía como trompetista y director musical. Comenzaron a tocar en las chozas más populares de la
época: El “Abricot Palace” y la “Bananeraie”.
A oídos de la orquesta llega el virus musical afrolatino por medio de los barcos y personajes de la época. Ya no solo se hablaba de Calypso, Biguine o Compás. el Boogaloo, el
Guaguancó, el Bolero e incluso el Merengue, también comenzaron a hacer parte de la tertulia musical.
Ya consolidados, en 1968 lanzan el álbum “A La Bananeraie” del que hacían parte ritmos criollos que mencionamos antes, pero que también contenía estos nuevos ritmos
extranjeros, que interpretaron con el sabor propio del habitante caribeño.
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