El largometraje Our Latin Thing, dirigido por el cineasta León Gast, mostró el lado audiovisual de la música latina, como respuesta a las formas de vida de los inmigrantes de la cuenca del Caribe en Nueva York, en las inmediaciones de la “cocina del diablo”, “Loisaida” (Una palabra para latinizar el nombre del Lower East Side y vincularla con la zona de Loíza Aldea de Puerto Rico) y el Spanish Harlem o “Barrio Latino” y en una zona
conocida como el Bronx, al igual que en Queens.
El antecedente lejano:
Por lo general, las expresiones musicales en algún momento de la historia hacen parte de la forma de hablar de una sociedad que vive el desarrollo en territorios en los que son recibidos, pero no acogidos. Inicialmente, las oportunidades que ofrecía la cultura del espectáculo en Estados Unidos fueron la razón de la primera llegada de latinos en los años 30, aunque este fue un proceso de adaptación dentro del contexto artístico
norteamericano.
La primera comunidad en ser recibida masivamente en Nueva York fue la dominicana. Posteriormente sería Cuba la que ocasionaría un éxodo masivo en una diáspora que no solamente surgió tras la llegada del régimen castrista sino que en ocasiones anteriores había suscitado la urgencia de algunos músicos por pertenecer a la escena musical de las grandes ciudades de Estados Unidos que ofrecían una mejor oportunidad que en sus países de origen.
El tercer conglomerado en asistir a esta reunión latinoamericana en territorio del norte fue la puertorriqueña, aunque de alguna manera, obtuvo el favor del tío Sam por pertenecer parcialmente a la unión americana como estado número 51 lo que les da un estatus en su ciudadanía y en ciertas formas de consumo.
Históricamente, el latino que ha llegado a la gran ciudad de Nueva York a echar raíces experimenta nuevas formas de vida, ante las cuales existe una lógica reacción de desarraigo por la lejanía de sus tradiciones, la distancia dolorosa con sus seres queridos, es tener que adaptarse a nuevos sistemas sociales, no siempre favorables y el convertirse en ciudadanos de un país diferente.
Aunque la difusa crisis de identidad que se vive, existen mecanismos de defensa como las relaciones sociales con sus semejantes que se encuentran en situación similar y los puntos culturales en común que pueden llevar a nuevas formas de liberar las frustraciones o las emociones. Es en este punto de la música salva el momento y se convierte en un arma poderosa para seguir adelante.
La evolución
Durante los años 20, comenzaron a sobresalir números de origen latino, esencialmente mexicano o cubano, como “Amapola” de José María Lacalle, grabada por el clarinetista y saxofonista Jimmy Dorsey, con letra en inglés, interpretada por Hellen O’Connell y Bob Eberly. se vivió una intensa aparición de “lo hispano” más que de “lo latino”, lo cual plantea una diferencia etimológica y cultural que no puede ser desconocida, puesto que España seguía siendo una influencia muy fuerte sobre las naciones que terminaron usando su idioma como oficial y basta ver la fuerza que tenía por aquel entonces el pasodoble, al lado de estilos como el tango, el samba y etiquetando lo que viniera del Caribe como rhumba o conga. Si bien, las agrupaciones Lecuona Cuban Boys o la orquesta de Xavier Cugat llevaron versiones norteamericanizadas de la música cubana, el mundo del cine giró en torno a
estas interpretaciones de los años 30 y se crearon clichés como las mujeres con frutas en la cabeza que bailaban al compás de un mambo estilizado y mulatos blancos pintados de negro con tambores terciados a un costado tocando canciones como “Babalú” o “La Cucaracha”.
Una primera ruptura fue la llegada de la música Latina a través de la radio por cadenas internacionales como CBS. Otro medio que influenció este cambio fue la radio, a través de la onda corta. Indudablemente, fue la llegada masiva de músicos de diferentes procedencias lo que fue definiendo la ruta cierta de la expresión latina.
Fue hasta la llegada de Justo Angel Aspiazu “Don Aspiazu” que llega el primer referente verdaderamente cercano al sonido de la música cubana ya que su banda fue de las primeras en incluir percusión tradicional, lo que dio un carácter más real en la escena nocturna donde ya comenzaba a considerarse un espectáculo llamativo, al lado de las músicas populares norteamericanas, el swing y el merengue. Con el tiempo, llegaron las escuelas de baile, muy apetecidas por los jóvenes de aquellos tiempos que disfrutaban del fox trot, el tap o el swing. Varios años tuvieron que transcurrir para que los ritmos latinos invadieran con fuerza estos y otros ambientes. Estas academias que hacían prensar discos en vinilo para enseñar a bailar desde la experiencia
auditiva, incluyeron merengues, mambos y chachachá, luego de la segunda oleada deritmos antillanos en la Gran Manzana.
Esta oleada fue originada por la unión entre Dizzy Gillespie y Luciano Chano Pozo, un percusionista cubano que dejaría las bases de la fusión entre el Be-bop y los ritmos fuertes de la isla, la cual se denominó Cu-Bop. Desde entonces se hablaría de Manteca y Tintindeo como muestras sonoras iniciales de ascendencia afro cubana ya mezclada con notas del jazz, fuente inspiradora de un movimiento que reorganizaría el sonido gestado en Nueva York, con influencias no caribeñas, formatos semejantes al de las más afamadas big bands del momento y que vería la luz más brillante en la formación Machito y sus Afrocubans que serviría de influencia primigenia neoyorquina, para los diferentes procesos que le seguirían en las décadas siguientes, al lado de lo tradicional puertorriqueño y cubano.
Un pasado esplendoroso
Nótese que no hemos pasado de los años 40. Aquélla fue la primera época prolífica en materia de producción musical. La terminología encerrada en “Lo latino” comenzaría a tomar fuerza en esta década. Lejos estaban los tiempos de la influencia del pasodoble y la vida nocturna dio un viraje hacia los clubes que encendían las noches de la fría ciudad con tambores y letras en español criollo.
Llegó la consagración de los Afrocubans de Machito y Bauzá, la proliferación de clubes que dieron espacio a bandas como las de Ramón Argüeso, José Curbelo, Cesar Concepción de las que salieron cantantes de gran nivel como Tony Molina, Joe Valle, Tito Rodríguez quien crearía Los Lobos del Mambo, Santos Colón que se uniría a Tito Puente, forjador de The Picadilly Boys, y luego de su propia orquesta con la que realizó más de 100 grabaciones.
La Era del Mambo se viviría con enorme ruido en lugares como El Palladium Ballroom y Roseland y muchos de estos nuevos líderes vivirían la bonanza de gran trabajo por sus presentaciones, pero también gozarían de inspiraciones únicas que dejaron, en un ambiente altamente competitivo, piezas discográficas que hoy son objeto de búsqueda por parte de coleccionistas y arqueólogos musicales, como manifiesto de un tiempo que abarcaría un poco más de 2 décadas de esplendor hasta finales de los años 50. Es aquí cuando ya se ve con cierto respeto la labor de los músicos latinos en producciones
fotográficas y algún material audiovisual como Mambo Madness, producido por Courtney Hafela en 1955.
Inevitablemente, toda música cumple un ciclo, por prolongado que sea. El agotamientollega por la reiteración de patrones rítmicos, repetición mediática excesiva y la imposiciónque ya se vislumbraba en las empresas discográficas. Algunas de ellas llegarían a pasar de mano en mano y algunos oscuros manejos que les permitieron sus grandes alcances serían también la causa de su desaparición.
Los años sesenta llegaron para dominar el ambiente, en medio de fuertes crisis económicas que llevaron a la paulatina desaparición de los grandes formatos orquestales, un fenómeno de mediados de los años 50. Se pasó de un grupo de más de 25 músicos a seis o siete y llegó la Era de los Sextetos. Uno de los primeros de los que se tenga referencia es el de David Preud’homme a quien llamaban Joe Panamá que dejó como legado un disco explosivo. De aquí se desprende el sexteto de Joe Cuba con el retiro de Preud’homme y el nuevo liderado de Gilberto Calderón. En 1954, a instancias del
promotor artístico cubano, Catalino Rolón, se decide que este nombre cambie al de “Gilberto Calderón y su sexteto”. Para sorpresa del director del grupo y conguero, su promotor, Catalino Rolón, pronto anunciaría a Gilberto como “Joe Cuba”, y el nombre se mantendría hasta el final de los días del sexteto, más allá de los años 90.
La influencia del innovador sonido de Joe Cuba dio lugar a la aparición de sextetos similares, aunque no fue el único inspirador. El vibráfono, eje inobjetable de su sonoridad, conducido con gran maestría por Tommy Berríos (integrante igualmente de Joe Panamá
Sextet), fue llevado al Jazz por Lionel Hampton, pero implantado en la música latina por gente como Pete Terrace. Uno de los más propositivos sextetos que surgieron de esta corriente fue The New Swing Sextet, comandado por George Rodríguez, vibrafonista de sobradas virtudes, quien sólo tuvo la idea de difundir la música de Joe Cuba con su grupo y afrontar la nueva corriente del boogaloo en los sesenta. Cuatro portentosas producciones son evidencia del desinterés por producir discos y dedicarse de lleno a las presentaciones en vivo, pero estos trabajos despertaron un interés particular en la comunidad latina.
El boogaloo supuso la expresión rebelde y juvenil que serviría como manifestación de los intereses juveniles de la época, integrando la marcada influencia
del rock & roll en combinación con ritmos lentos cubanos como la guajira, el montuno y el propio chachachá. La pachanga, surgida a finales de los años 50 como creación de Eduardo Davison deja su ritmo original similar al merengue y es afrontado de otra forma por los sextetos de Nueva York, como La Playa o la orquesta Duboney que nos hace retroceder en el tiempo y el espacio al abanderar el sonido charanguero, con su típica conformación de
flautas y violines, bajo la batuta de un pianista neoyorquino de ascendente puertorriqueño y más allá con antecedente italiano, Carlos Manuel Palmieri, quien sumó talento con José Quijano Esterás y Johnny Pacheco para llevar la pachanga en una dirección especial, secundado por las agrupaciones de Belisario López, José Fajardo, la Broadway, entre otras.
La fenomenología musical de los años 60 nos indica un sólido argumento del antes y después de la música y nos lleva a entender lo que vendría tiempo después. El antecedente reflejado en las interpretaciones de los sextetos sobre el mambo, el bolero, el guaguancó y el cha cha chá, sumado a lo que ocurría contemporáneamente con la pachanga y el boogaloo fueron cultivando un sonido propio de esos tiempos, debido a los formatos orquestales adoptados ante las condiciones del momento y las estrategias sostenidas para contrarrestar el primer embate cultural foráneo llevado a cabo por el rock and roll. Nunca antes, la música latina se vio amenazada en su crecimiento, consumo y difusión. El jazz la alimentó, el swing aportó ideas de baile y sonoridad, el merengue seguía siendo una música inofensiva y coexistía con estos ritmos.